miércoles, 31 de diciembre de 2014

Sermón de la Encarnación

. “Y el Verbo se hizo carne”La Palabra era desde los orígenes, el Hijo Único de Dios. Antes que los mundos fueran creados, incluso antes del tiempo, ella ya era, en el seno del Padre eterno, Dios de Dios y Luz de Luz, supremamente bendita en el conocimiento que tenía del Padre y el conocimiento que el Padre tenía de ella, recibiendo del Padre toda perfección divina, pero siempre una con él que la había engendrado. Como se dice en el principio del Evangelio: “En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios”… Cuando el hombre cayó, la Palabra hubiera podido, en verdad, permanecer en la gloria que tenía con el Padre. Pero el amor insondable que nos había mostrado en el origen de la creación, insatisfecho al ver su obra estropeada, le hizo descender desde el seno del Padre para llevar a cabo la voluntad de éste y reparar el mal que el pecado había causado. Con una indulgencia admirable, vino, pero no ya revestido de poder, sino de debilidad, bajo la forma de siervo, bajo la apariencia de hombre caído al cual tenía el designio de levantar. Así, se humilló, sufriendo todas las debilidades de nuestra naturaleza, semejante en todo a nuestra carne pecadora, semejante al pecador con excepción del pecado, limpio de toda falta, pero sometido a cualquier tentación y, por fin, “obediente hasta la muerte y muerte de cruz” (Flp 2,8)… Así, el Hijo de Dios se hizo Hijo del hombre –mortal, pero no pecador; heredero de nuestra debilidades, no de nuestra falta; retoño de la antigua raza, pero “principio de la nueva creación” (Ap 3,14). Maria, su madre… dio una naturaleza creada a aquel que era su Creador. Así es como vino a este mundo, no sobre las nubes del cielo, sino nacido aquí abajo, nacido de una mujer; Él, hijo de María, ella, madre de Dios… Verdaderamente era Dios y hombre, pero una sola persona…, un solo Cristo.

 Beato John Henry Newman (1801-1890), teólogo, fundador del Oratorio

domingo, 28 de diciembre de 2014

¡Qué admirable intercambio!


San Gregorio Nacianceno.
Sermón 5,9.22.26.28
El Hijo de Dios en persona, aquel que existe desde toda la eternidad, aquel que es invisible, incomprensible, in­corpóreo, principio de principio, luz de luz, fuente de vida e inmortalidad expresión del supremo arquetipo, sello inmutable, imagen fidelísima, palabra y pensamiento del Padre, él mismo viene en ayuda de la criatura, que es su imagen: por amor del hombre se hace hombre, por amor a mi alma se une a un alma intelectual, para puri­ficar a aquellos a quienes se ha hecho semejante, asumien­do todo lo humano, excepto el pecado. Fue concebido en el seno de la Virgen, previamente purificada en su cuerpo y en su alma por el Espíritu (ya que convenía hon­rar el hecho de la generación, destacando al mismo tiem­po la preeminencia de la virginidad); y así, siendo Dios, nació con la naturaleza humana que había asumido, y unió en su persona dos cosas entre sí contrarias, a saber, la carne y el espíritu, de las cuales una confirió la divi­nidad, otra la recibió
 Enriquece a los demás, haciéndose pobre él mismo, ya que acepta la pobreza de mi condición humana para que yo pueda conseguir las riquezas de su divinidad.
 Él, que posee en todo la plenitud, se anonada a sí mismo, ya que, por un tiempo, se priva de su gloria, para que yo pueda ser partícipe de su plenitud.
 ¿Qué son estas riquezas de su bondad? ¿Qué es este misterio en favor mío? Yo recibí la imagen divina, mas no supe conservarla. Ahora él asume mi condición huma­na, para salvar aquella imagen y dar la inmortalidad a esta condición mía; establece con nosotros un segundo consorcio mucho más admirable que el primero.
 Convenía que la naturaleza humana fuera santificada mediante la asunción de esta humanidad por Dios; así, superado el tirano por una fuerza superior, el mismo Dios nos concedería de nuevo la liberación y nos llamaría a sí por mediación del Hijo. Todo ello para gloria del Padre, a la cual vemos que subordina siempre el Hijo toda su actuación.
 El buen Pastor que dio su vida por las ovejas salió en busca de la oveja descarriada, por los montes y collados donde sacrificábamos a los ídolos; halló a la oveja des­carriada y, una vez hallada, la tomó sobre sus hombros, los mismos que cargaron con la cruz, y la condujo así a la vida celestial.
A aquella primera lámpara, que fue el Precursor, si­gue esta luz clarísima; a la voz, sigue la Palabra; al amigo del esposo, el esposo mismo, que prepara para el Señor un pueblo bien dispuesto, predisponiéndolo para el Espí­ritu con la previa purificación del agua.
 Fue necesario que Dios se hiciera hombre y muriera, para que nosotros tuviéramos vida. Hemos muerto con él, para ser purificados; hemos resucitado con él, porque con él hemos muerto; hemos sido glorificados con él, porque con él hemos resucitado.

¿Qué significa realmente 'Labora'?


                            Del capítulo XLVIII de la Regla de San Benito
"La ociosidad es enemiga del alma, y por esto, a tiempos deben ocuparse los monjes en la labor de manos, y a tiempos en la lectura de cosas santas. Por tanto juzgamos del caso arreglar estos dos tiempos de la manera siguiente:
Desde Pascua hasta el catorce de septiembre, saliendo de Prima trabajarán desde la primera hora del día hasta cerca de la hora cuarta en lo que sea necesario. Desde la hora cuarta hasta cerca de la sexta se ocuparán en la lección. Después de sexta, en levantándose de la mesa, descansarán en sus camas, guardando un sumo silencio, y si alguno quisiere leer, lea de modo que no inquiete a otro. Dígase la Nona más temprano, esto es en el promedio de la hora octava, y volverán otra vez a trabajar hasta la hora de Vísperas.
Si la situación o pobreza del monasterio les obligase a coger por si las mieses, no se contristen, porque entonces serán verdaderamente monjes si vivieren del trabajo de sus manos, como nuestros Padres y los Apóstoles; pero hágase todo con moderación por los de poca robustez.
Desde primero de octubre hasta principio de Cuaresma, se ocuparán los monjes en leer hasta el fin de la segunda hora: entonces se dirá Tercia y después trabajarán todos en lo que se les mandare hasta la hora de Nona. En oyendo la primera señal para Nona, dejará cada uno su labor, y estarán prontos para cuando se haga la segunda señal. Después de comer se ocuparán en leer, o estudiar salmos. En los días de Cuaresma, desde por la mañana hasta el fin de la hora de Tercia, será la lectura su única ocupación, y trabajarán después hasta la décima hora en lo que se les mandare. Al principio de Cuaresma se dará a cada monje un libro de la Biblioteca, el cual han de leer por orden y enteramente . Téngase gran cuidado de nombrar uno o dos monjes ancianos que anden la cerca por todo el monasterio en las horas en que los monjes están en la lección, y observen si hay acaso alguno perezoso que se esté mano sobre mano, o entreteniendo en bagatelas y poco atento a la lección, y que no solo se daña a si, sino que divierte a los demás. Y si por ventura hubiere alguno (Dios no lo permita) que incurra en semejante defecto, repréndasele hasta dos veces, y no enmendándose, aplíquesele el castigo regular, de modo que los demás escarmienten. Ningún monje se junte con otro a horas intempestivas.
El domingo se ocuparán todos en lección, excepto los que tuvieren ocupaciones particulares. si hubiese alguno tan flojo y perezoso que no quiera o no pueda meditar ni leer, ocúpese en alguna obra de manos para no estar ocioso. A los enfermos, o delicados se les señalarán ejercicios proporcionados a su flaqueza, de modo que ni estén ociosos, ni la violencia del trabajo les oprima tanto que se vean precisados a dejarlo; cuya indisposición tendrá presente el abad."


                                              PAX

Quiso nacer de una Virgen

El único nacimiento digno de Dios era el procedente de la Virgen; asimismo, la dignidad de la Virgen demandaba que quien naciere de ella no fuere otro que el mismo Dios. Por esto, el Hacedor del hombre, al hacerse hombre, naciendo de la raza humana, tuvo que elegir, mejor dicho, que formar para sí, entre todas, una madre tal cual él sabía que había de serle conveniente y agradable.
Quiso, pues, nacer de una virgen inmaculada, él, el inmaculado, que venía a limpiar las máculas de todos.
Quiso que su madre fuese humilde, ya que él, manso y humilde de corazón, había de dar a todos el ejemplo necesario y saludable de estas virtudes. Y el mismo que ya antes había inspirado a la Virgen el propósito de la virginidad y la había enriquecido con el don de la humildad le otorgó también el don de la maternidad divina.
De otro modo, ¿cómo el ángel hubiese podido saludarla pues como llena de gracia, si hubiera habido en ella algo, por poco que fuese, que no poseyera por gracia? Así, pues, la que había de concebir y dar a luz al Santo de los santos recibió el don de la virginidad para que fuese santa en el cuerpo, el don de la humildad para que fuese santa en el espíritu.
Así, engalanada con las joyas de estas virtudes, resplandeciente con la doble hermosura de su alma y de su cuerpo, conocida en los cielos por su belleza y atractivo, la Virgen regia atrajo sobre sí las miradas de los que allí habitan, hasta el punto de enamorar al mismo Rey y de hacer venir al mensajero celestial.
Fue enviado el ángel, dice el Evangelio, a la Virgen. Virgen en su cuerpo, virgen en su alma, virgen por su decisión, virgen, finalmente, tal cual la describe el Apóstol, santa en el cuerpo y en el alma; no hallada recientemente y por casualidad, sino elegida desde la eternidad, predestinada y preparada por el Altísimo para él mismo, guardada por los ángeles, designada anticipadamente por los padres antiguos, prometida por los profetas.
De las homilías de san Bernardo, abad, sobre las excelencias de la Virgen Madre
(Homilía 2,1-2. 4: Opera omnia, edición cisterciense, 4-1966-21-23)

viernes, 26 de diciembre de 2014

Cristo,Señor y Creador de los tiempos

“La diferencia entre Cristo y los otros hombres está en esto: Los otros hombres nacen sujetos a la necesidad del tiempo; Cristo, en cambio, como Señor y Creador de todos los tiempos, escogió el tiempo en que había de nacer, lo mismo que eligió la madre y el lugar. Y porque cuanto procede de Dios está perfectamente ordenado (cf. Rom 13,1) y convenientemente dispuesto (cf. Sab 8,1), siguese que Cristo nació en el tiempo más oportuno” (Suma Teológica III, C 35, a 8).
Traditio Spiritualis Sacri Ordinis Praedicatorum

Lo que existía desde el principio..

Juan Scot Èrigéne
“Lo que existía desde el principio..., lo que hemos visto con nuestros ojos...,os lo anunciamos.” (1Jn 1,1-3)
Pedro y Juan corren los dos al sepulcro. El sepulcro de Cristo es la Sagrada Escritura en la que los misterios más oscuros de su divinidad y de su humanidad están guardados, -me atrevo a decir-, por una muralla de rocas. Pero Juan corre más deprisa que Pedro porque el poder de la contemplación purificada penetra los secretos de las obras divinas con una mirada más penetrante y más viva que el poder de la acción que aún tiene necesidad de ser purificada.
Pedro entra, no obstante, el primer en el sepulcro. Juan le sigue. Los dos corren, y los dos entran. Aquí, Pedro es la imagen de la fe, y Juan representa la inteligencia... La fe tiene que entrar la primera en el sepulcro, imagen de la Escritura. La inteligencia entra siguiendo a la fe...
    Pedro que representa también la práctica de las virtudes, ve por la fe y por la acción al Hijo de Dios contenido de una manera inefable y maravillosa en los límites de la carne. Juan, a su vez, que representa la más alta contemplación de la verdad, admira al Verbo de Dios, perfecto en si mismo e infinito en su origen, es decir, en su Padre. Pedro, conducido por la revelación divina mira al mismo tiempo las cosas eternas y las cosas de este mundo, unidas en Cristo. Juan contempla y anuncia la eternidad del Verbo para darlo a conocer a los creyentes.
    Digo pues que Juan es un águila espiritual de altos vuelos y que ve a Dios. Lo llamo el “teólogo”. Domina toda la creación visible e invisible, sobrevuela todas las facultades del intelecto y entra en Dios que le hace participar de su propia vida divina.

Homilía sobre el prólogo de San Juan 

jueves, 25 de diciembre de 2014

Homilia de Navidad Comentario del Evangelio por : San Basilio (c. 330-379)

 El nacimiento del Salvador: la muerte de la muerte ¡Dios en la tierra, Dios entre los hombres! Ya no es el Dios que da su ley en medio de relámpagos y truenos, al son de trompetas sobre la montaña humeante, en medio de espesos nubarrones (cf Ex 19,18), sino aquel que conversa con los humanos con dulzura y bondad, revestido de un cuerpo humano. ¡Dios en nuestra carne!... ¿Cómo llegó la luz a todo el mundo? ¿De qué manera la divinidad habita la carne? Como el fuego en el hierro...comunicándosele. Sin dejar lo que es, el fuego comunica al hierro su propio ardor. No por esto queda disminuido el fuego sino que llena por completo el hierro al que se comunica. Del mismo modo, Dios, el Verbo que “plantó su tienda entre nosotros” (cf Jn 1,14) no ha abandonado su ser. El Verbo que se hace carne no ha sufrido ningún cambio. El cielo no está privado de aquel que lo contiene en si... Entra del todo en el misterio: Dios ha venido en carne para dar muerte a la muerte que se escondía en la carne. Del mismo modo que los medicamentos nos curan cuando son asimilados por el cuerpo, del mismo modo que la oscuridad de una casa se desvanece al encender una luz, así la muerte que nos tenía en su poder ha sido anihilada por la venida de nuestro Dios. Del mismo modo que el hielo formado durante la noche se derrite con el calor del sol, así la muerte ha gobernado hasta la venida de Cristo. Pero, cuando el Sol de justicia se levanta (Ml 3,20) la muerte ha sido engullida en la victoria (1Cor 15,4). No podía soportar la presencia de la vida verdadera... Demos gloria con los pastores, cantemos y dancemos en coro con los ángeles, “porque nos ha nacido un Salvador que es Cristo el Señor.” (Lc 2,11)... Celebremos la salvación del mundo, el día del nacimiento de la humanidad

SI SOMOS OVEJAS VENCEMOS. SI NOS CONVERTIMOS EN LOBOS SOMOS VENCIDOS

De las Homilías de san Juan Crisóstomo, obispo, sobre el evangelio de san Mateo

Mientras somos ovejas vencemos y superamos a los lobos, aunque nos rodeen en gran número; pero si nos convertimos en lobos entonces somos vencidos, porque nos vemos privados de la protección del pastor. Éste, en efecto, no pastorea lobos, sino ovejas, y por esto te abandona y se aparta entonces de ti, porque no le dejas mostrar su poder.
Es como si dijera: «No os alteréis por el hecho de que os envío en medio de lobos y al mismo tiempo os mando que seáis como ovejas y como palomas. Hubiera podido hacer que fuera al revés y enviaros de modo que no tuvierais que sufrir mal alguno ni enfrentaros como ovejas ante lobos, podía haberos hecho más temibles que leones; pero eso no era lo conveniente, porque así vosotros hubierais perdido prestigio y yo la ocasión de manifestar mi poder. Es lo mismo que decía a Pablo: Te basta mi gracia, que en la debilidad se muestra perfecto mi poder. Así es como yo he determinado que fuera.» Al decir: Os envío como ovejas, dice implícitamente: «No desmayéis: yo sé muy bien que de este modo sois invencibles.»
(Homilía 33, 1. 2: PG 57, 389-390)

Eva y Maria. Del tratado de san Ireneo, obispo, contra las herejías


El Señor vino y se manifestó en una verdadera condición humana que lo sostenía, siendo a su vez ésta su humanidad sostenida por él, y, mediante la obediencia en el árbol de la cruz, llevó a cabo la expiación de la desobediencia cometida en otro árbol. [...] Pues de la misma manera que Eva, seducida por las palabras del diablo, se apartó de Dios, desobedeciendo su mandato, así María fue evangelizada por las palabras del ángel, para llevar a Dios en su seno, gracias a la obediencia a su palabra. Y si aquélla se dejó seducir para desobedecer a Dios, ésta se dejó persuadir a obedecerle, con lo que la Virgen María se convirtió en abogada de la virgen Eva.
Así, al recapitular todas las cosas, Cristo fue constituido cabeza, pues declaró la guerra a nuestro enemigo, derrotó al que en un principio, por medio de Adán, nos había hecho prisioneros, y quebrantó su cabeza, como encontramos dicho por Dios a la serpiente en el Génesis: Establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza, cuando tú la hieras en el talón. [...]
Por esta razón el mismo Señor se confiesa Hijo del hombre, y recapitula en sí mismo a aquel hombre primordial del que se hizo aquella forma de mujer: para que así como nuestra raza descendió a la muerte a causa de un hombre vencido, ascendamos del mismo modo a la vida gracias a un hombre vencedor.
(Libro 5,19,1; 20, 2; 21,1: SC 153, 248-250. 260-264)

«LAS DOS VENIDAS DE CRISTO»



Anunciamos la venida de Cristo, pero no una sola, sino también una segunda, mucho más magnífica que la anterior. La primera llevaba consigo un significado de sufrimiento; esta otra, en cambio, llevará la diadema del reino divino.
Pues casi todas las cosas son dobles en nuestro Señor Jesucristo. Doble es su nacimiento: uno, de Dios, desde toda la eternidad; otro, de la Virgen, en la plenitud de los tiempos. Es doble también su descenso: el primero, silencioso, como la lluvia sobre el vellón; el otro, manifiesto, todavía futuro.
En la primera venida fue envuelto con fajas en el pesebre; en la segunda se revestirá de luz como vestidura. En la primera soportó la cruz, sin miedo a la ignominia; en la otra vendrá glorificado, y escoltado por un ejército de ángeles.
No pensamos, pues, tan sólo en la venida pasada; esperamos también la futura. Y, habiendo proclamado en la primera: Bendito el que viene en nombre del Señor, diremos eso mismo en la segunda; y saliendo al encuentro del Señor con los ángeles, aclamaremos, adorándolo: Bendito el que viene en nombre del Señor.
(De las catequesis de san Cirilo de Jerusalén, obispo Catequesis 15,1-3: PG 33, 870-874)

Sermón de Natividad del Señor 1-3 San León Magno,papa



Hoy, queridos hermanos, ha nacido nuestro Salvador; alegrémonos. No puede haber lugar para la tristeza, cuando acaba de nacer la vida; la misma que acaba con el temor de la mortalidad, y nos infunde la alegría de la eternidad prometida.

Nadie tiene por qué sentirse alejado de la participación de semejante gozo, a todos es común la razón para el júbilo: porque nuestro Señor, destructor del pecado y de la muerte, como no ha encontrado a nadie libre de culpa, ha venido para liberarnos a todos. Alégrese el santo, puesto que se acerca a la victoria; regocíjese el pecador, puesto que se le invita al perdón; anímese el gentil, ya que se le llama a la vida.

Pues el Hijo de Dios, al cumplirse la plenitud de los tiempos, establecidos por los inescrutables y supremos designios divinos, asumió la naturaleza del género humano para reconciliarla con su Creador, de modo que el demonio, autor de la muerte, se viera vencido por la misma naturaleza gracias a la cual había vencido.

Por eso, cuando nace el Señor, los ángeles cantan jubilosos: Gloria a Dios en el cielo, y anuncian: y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor. Pues están viendo cómo la Jerusalén celestial se construye con gentes de todo el mundo; ¿cómo, pues, no habrá de alegrarse la humildad de los hombres con tan sublime acción de la piedad divina, cuando tanto se entusiasma la sublimidad de los ángeles?

Demos, por tanto, queridos hermanos, gracias a Dios Padre por medio de su Hijo, en el Espíritu Santo, puesto que se apiadó de nosotros a causa de la inmensa misericordia con que nos amó; estando nosotros muertos por los pecados; nos ha hecho vivir con Cristo, para que gracias a él fuésemos una nueva criatura, una nueva creación.

Despojémonos, por tanto, del hombre viejo con todas sus obras y, ya que hemos recibido la participación de la generación de Cristo, renunciemos a las obras de la carne.
Reconoce, cristiano, tu dignidad y, puesto que has sido hecho partícipe de la naturaleza divina, no pienses en volver con un comportamiento indigno a las antiguas vilezas. Piensa de qué cabeza y de qué cuerpo eres miembro. No olvides que fuiste liberado del poder de las tinieblas y trasladado a la luz y al reino de Dios.

Gracias al sacramento del bautismo te has convertido en templo del Espíritu Santo; no se te ocurra ahuyentar con tus malas acciones a tan noble huésped, ni volver a someterte a la servidumbre del demonio: porque tu precio es la sangre de Cristo.

Alabanzas a la Virgen Maria.Comentario San Bernardo.Monje y doctor de la Iglesia

 “Que se haga en mí según tu palabra.” Escuchemos la respuesta de aquella que fue elegida para ser Madre de Dios sin perder su humildad: “He aquí la esclava del Señor, que se haga en mí según tu palabra.” (Lc 1,38)...Diciendo estas palabras, María expresa más bien su vivo deseo que no la realización de él, como quien tuviera alguna duda acerca de su cumplimiento. No obstante, nada nos impide de ver en su “hágase” una “oración”. Porque Dios quiere que le pidamos incluso las cosas que él nos promete. Sin duda, ésta es la razón porque empieza por prometernos muchas cosas que tiene decidido darnos: la promesa despierta nuestra piedad, y la oración nos hace merecedores de lo que gratuitamente recibimos... La Virgen lo ha comprendido ya que al don gratuito une el mérito de su oración: “Que se haga en mí según tu palabra. Que la Palabra eterna haga en mí lo que dice tu palabra hoy. Que la Palabra que desde el origen está junto a Dios se haga carne en mi carne según tu palabra... Que esta Palabra no sea sólo perceptible a mis oídos sino visible a mis ojos, palpable a mis manos, que yo la pueda llevar en mis brazos. Que no sea una palabra escrita y muda, sino la Palabra encarnada y viviente; no por signos inertes trazados sobre un pergamino seco, sino una Palabra en forma humana, impresa y viva en mis entrañas... “Después de hablar Dios muchas veces y de diversos modos antiguamente a nuestros mayores por medio de los profetas....” (Hb 1,1) Su palabra les fue dado a conocer, a proclamar y a practicar... En cuanto a mí, yo pido que se instale en mis entrañas... Llamo a la Palabra insuflada en mí en el silencio, encarnada en una persona, corporalmente unida a mi carne... Que se encarne en mí para el mundo entero".

Sermón Cuarto para Navidad.Comentario de San Bernardo (1091-1153)

 El tesoro escondido. Hoy, los prodigios se multiplican, las riquezas abundan porque el tesoro está abierto: la que da a luz es madre y virgen, el que nace es Dios y hombre... Este tesoro hay que esconderlo en un campo (Mt 13,44): que el matrimonio de la madre esconda a los ojos del mundo su concepción virginal, que las lágrimas del recién nacido sustraiga a las miradas humanas este parto sin dolor. ¡Esconded, María, sí, esconded el esplendor del sol naciente! (Lc 1,78) ¡Acostad a vuestro niño en un pesebre, envolvedlo en pañales, porque estos pañales son toda nuestra riqueza. Los pañales del Señor son más preciosos que la púrpura. Su pesebre más regio que los tronos dorados de los reyes. La pobreza de Cristo sobrepasa en valor todas las fortunas y todos los tesoros. En efecto, ¿hay riqueza más preciosa que esta humildad que nos hace posible ganar el reino de los cielos y adquirir la gracia divina? Está escrito: “Dichosos los pobres en el espíritu porque el reino de los cielos es para ellos.” (Mt 5,3) y el apóstol afirma: “Dios resiste al orgulloso y concede su gracia al humilde.” (Sant 4,6) Mirad con qué insistencia el nacimiento del Salvador nos recomienda la humildad. Viniendo a este mundo se anonadó a sí mismo y tomó forma de esclavo, pasando por un hombre cualquiera. (cf Fl 2,7) ¿Queréis ver riquezas aún más abundantes?...”No hay amor más grande que dar la vida por los amigos.” (Jn 15,13) Las riquezas de nuestra salvación y de nuestra gloria están en la sangre preciosa que nos ha rescatado y en la cruz del Señor.

San Juan Bautista.Comentario de San Agustin

 Sermón para la fiesta del nacimiento de San Juan Bautista “¿Qué va a ser este niño?”¡Oh maravilla, el nacimiento del mensajero precede a Aquel sin el cual no habría nacido nunca! El es la voz y Jesús el Verbo... La palabra nace primero en el espíritu, luego suscita la voz que la pronuncia; la voz se expresa por los labios y da a conocer la palabra a los oyentes. Así Cristo ha permanecido en el Padre, por quien Juan, su mensajero, fue creado como toda criatura. Pero Juan sale del vientre de su madre y por él Cristo fue anunciado a todo el mundo. Éste era el Verbo, desde el principio, antes que existiera el mundo; aquel fue la voz que precede al Verbo. El Verbo nace del pensamiento, la voz sale del silencio. Cuando da a luz a Cristo, María cree, mientras que antes de engendrar Juan, Zacarías se queda mudo. Juan nace de una anciana estéril; Cristo, de una jovencita virgen. El Verbo prolifera en el corazón de quien lo piensa; la voz expira en el oído de quien la escucha. Puede que éste sea el sentido de la palabra de Juan: “El debe ser cada vez más importante; yo, en cambio, menos.” (Jn 3,30) Porque los oráculos proféticos, pronunciados ante de Cristo como una voz antes del verbo, se siguen hasta que llega Juan en quien cesan las figuras precedentes. Luego, la gracia del evangelio y el anuncio manifiesto del reino de los cielos no conocerá fin y fructificará y crecerá en el mundo entero. Ciertamente, de Juan dice la misma Verdad: “Entre los nacidos de mujer no hay otro más grande que Juan Bautista.”(Mt 11,11).

NATIVIDAD DEL SEÑOR.Comentario de San Agustin





Exultad todos los cristianos: ha nacido Cristo
Un año más ha brillado para nosotros -y hemos de celebrarlo- el nacimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo; en él la verdad ha brotado de la tierra (Sal 84,12). El Día del Día ha venido a nuestro día: alegrémonos y regocijémonos en él (Sal 117,24). La fe de los cristianos conoce lo que nos ha aportado la humildad de tan gran Excelsitud; de ello se mantiene alejado el corazón de los impíos, pues Dios escondió estas cosas a los sabios y prudentes y las reveló a los pequeños (Mt 11,25). Posean, por tanto, los humildes la humildad de Dios para llegar a la altura, también de Dios, con tan gran ayuda, cual jumento que soporta su debilidad. Aquellos sabios y prudentes, en cambio, cuando buscan lo excelso de Dios y no creen lo humilde, al pasar por alto esto y, en consecuencia no alcanzar aquello debido a su vaciedad y ligereza, a su hinchazón y orgullo, quedaron como colgados entre el cielo y la tierra, en el espacio propio del viento.
Son ciertamente sabios y prudentes, pero según este mundo, no según el que hizo al mundo. En efecto, si habitase en ellos la verdadera sabiduría, la que es de Dios y es Dios mismo, comprenderían que Dios pudo asumir la carne, sin que él pudiese trasformarse en carne; comprenderían que él asumió lo que no era permaneciendo en lo que era; que vino a nosotros como hombre sin separarse del Padre; que perseveró junto al Padre en su ser y se presentó ante nosotros en el nuestro y que su potencia reposó en un cuerpo infantil y no se sustrajo al esfuerzo humano. Quien hizo al mundo entero cuando permanecía en el Padre es el autor del parto de una virgen cuando vino a nosotros. La virgen madre nos dejó una prueba de la majestad del Hijo; tan virgen fue después de parirlo como antes de concebirlo; su esposo la encontró embarazada, no la dejó embarazada él; embarazada de varón, pero no por obra de varón; tanto más feliz y digna de admiración cuanto que, sin perder la integridad, se le añadió la fecundidad. Aquellos prefieren declarar ficción y no realidad tan gran milagro. Así, por lo que se refiere a Cristo, hombre y Dios, como no pueden creer lo humano, lo desprecian; y, como no pueden despreciar lo divino, no lo creen. Para nosotros, en cambio, el cuerpo humano que tomó la humildad de Dios ha de sernos cosa tan grata como abyecta es para ellos, y el parto virginal en el nacimiento humano cosa tanto más divina cuanto más imposible es para ellos.
Por lo tanto, celebremos el nacimiento del Señor con la asistencia y aire de fiesta que merece. Exulten de gozo los varones, exulten las mujeres: Cristo nació varón, pero nació de mujer; ambos sexos quedan honrados. Pase, pues, ya al segundo hombre quien había sido condenado con anterioridad en el primero. Una mujer nos indujo a la muerte, una mujer nos alumbró la vida. Nació la semejanza de carne de pecado con la que se purificaría la carne de pecado. Así, pues, no se culpe a la carne, mas para que viva la naturaleza, muera la culpa, pues nació sin culpa para que renaciera en él quien se hallaba sin culpa. Exultad, jóvenes santos, los que elegisteis seguir ante todo a Cristo, los que no buscáis el matrimonio. No llegó hasta vosotros por la vía del matrimonio aquel a quien encontrasteis digno de seguimiento para concederos menospreciar el camino por donde vinisteis vosotros. En efecto, vosotros vinisteis mediante el matrimonio carnal, sin el cual vino él al matrimonio espiritual. Y os concedió menospreciar el matrimonio a vosotros, a los que, ante todo, os llamó al matrimonió. En consecuencia, no buscáis lo que fue origen de vuestro nacimiento, porque amáis más que los demás a aquel que no nació de esa forma.
Exultad, vírgenes santas: la virgen os parió a aquel con quien podéis casaros sin corrupción alguna, vosotras que no podéis perder lo que amáis ni concibiendo ni pariendo. Exultad, justos: ha nacido el Justificador. Exultad, débiles y enfermos: ha nacido el Sanador. Exultad, cautivos: ha nacido el Redentor. Exultad, siervos: ha nacido el Señor. Exultad, hombres libres: ha nacido el Libertador. Exultad cristianos todos: ha nacido Cristo.
El que, nacido del Padre, creó todos los siglos consagró este día naciendo aquí de una madre. Ni en aquel nacimiento pudo tener madre ni en este buscó padre humano. En pocas palabras: Cristo nació de padre y de madre y, al mismo tiempo, sin padre y sin madre. En cuanto Dios, de Padre; en cuanto hombre, de madre; en cuanto Dios, sin madre; y en cuanto hombre, sin padre. Pues, ¿quién narrará su nacimiento? (Is 53,8). Tanto aquél fuera del tiempo, como este sin semen; aquél sin comienzo, éste sin otro igual; aquel que no tiene fin, este que tiene el comienzo donde el fin. Con razón, pues, anunciaron los profetas que había de nacer, y los cielos y los ángeles, en cambio, que había nacido. El que contiene el mundo yacía en un pesebre; no hablaba, a pesar de ser la Palabra. Al que no contienen los cielos, lo llevaba el seno de una sola mujer: ella gobernaba a nuestro rey; ella llevaba a aquel en quien existimos; ella amamantaba a nuestro pan. ¡Oh debilidad manifiesta y humildad maravillosa, en la que de tal modo se ocultó la divinidad! Gobernaba con su poder a la madre a la que estaba sometida su infancia, y alimentaba con la verdad a aquella cuyos pechos le amamantaban. Complete en nosotros sus dones el que no desdeñó asumir también nuestros comienzos; háganos también hijos de Dios el que por nosotros quiso ser hijo del hombre.