jueves, 25 de diciembre de 2014

NATIVIDAD DEL SEÑOR.Comentario de San Agustin





Exultad todos los cristianos: ha nacido Cristo
Un año más ha brillado para nosotros -y hemos de celebrarlo- el nacimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo; en él la verdad ha brotado de la tierra (Sal 84,12). El Día del Día ha venido a nuestro día: alegrémonos y regocijémonos en él (Sal 117,24). La fe de los cristianos conoce lo que nos ha aportado la humildad de tan gran Excelsitud; de ello se mantiene alejado el corazón de los impíos, pues Dios escondió estas cosas a los sabios y prudentes y las reveló a los pequeños (Mt 11,25). Posean, por tanto, los humildes la humildad de Dios para llegar a la altura, también de Dios, con tan gran ayuda, cual jumento que soporta su debilidad. Aquellos sabios y prudentes, en cambio, cuando buscan lo excelso de Dios y no creen lo humilde, al pasar por alto esto y, en consecuencia no alcanzar aquello debido a su vaciedad y ligereza, a su hinchazón y orgullo, quedaron como colgados entre el cielo y la tierra, en el espacio propio del viento.
Son ciertamente sabios y prudentes, pero según este mundo, no según el que hizo al mundo. En efecto, si habitase en ellos la verdadera sabiduría, la que es de Dios y es Dios mismo, comprenderían que Dios pudo asumir la carne, sin que él pudiese trasformarse en carne; comprenderían que él asumió lo que no era permaneciendo en lo que era; que vino a nosotros como hombre sin separarse del Padre; que perseveró junto al Padre en su ser y se presentó ante nosotros en el nuestro y que su potencia reposó en un cuerpo infantil y no se sustrajo al esfuerzo humano. Quien hizo al mundo entero cuando permanecía en el Padre es el autor del parto de una virgen cuando vino a nosotros. La virgen madre nos dejó una prueba de la majestad del Hijo; tan virgen fue después de parirlo como antes de concebirlo; su esposo la encontró embarazada, no la dejó embarazada él; embarazada de varón, pero no por obra de varón; tanto más feliz y digna de admiración cuanto que, sin perder la integridad, se le añadió la fecundidad. Aquellos prefieren declarar ficción y no realidad tan gran milagro. Así, por lo que se refiere a Cristo, hombre y Dios, como no pueden creer lo humano, lo desprecian; y, como no pueden despreciar lo divino, no lo creen. Para nosotros, en cambio, el cuerpo humano que tomó la humildad de Dios ha de sernos cosa tan grata como abyecta es para ellos, y el parto virginal en el nacimiento humano cosa tanto más divina cuanto más imposible es para ellos.
Por lo tanto, celebremos el nacimiento del Señor con la asistencia y aire de fiesta que merece. Exulten de gozo los varones, exulten las mujeres: Cristo nació varón, pero nació de mujer; ambos sexos quedan honrados. Pase, pues, ya al segundo hombre quien había sido condenado con anterioridad en el primero. Una mujer nos indujo a la muerte, una mujer nos alumbró la vida. Nació la semejanza de carne de pecado con la que se purificaría la carne de pecado. Así, pues, no se culpe a la carne, mas para que viva la naturaleza, muera la culpa, pues nació sin culpa para que renaciera en él quien se hallaba sin culpa. Exultad, jóvenes santos, los que elegisteis seguir ante todo a Cristo, los que no buscáis el matrimonio. No llegó hasta vosotros por la vía del matrimonio aquel a quien encontrasteis digno de seguimiento para concederos menospreciar el camino por donde vinisteis vosotros. En efecto, vosotros vinisteis mediante el matrimonio carnal, sin el cual vino él al matrimonio espiritual. Y os concedió menospreciar el matrimonio a vosotros, a los que, ante todo, os llamó al matrimonió. En consecuencia, no buscáis lo que fue origen de vuestro nacimiento, porque amáis más que los demás a aquel que no nació de esa forma.
Exultad, vírgenes santas: la virgen os parió a aquel con quien podéis casaros sin corrupción alguna, vosotras que no podéis perder lo que amáis ni concibiendo ni pariendo. Exultad, justos: ha nacido el Justificador. Exultad, débiles y enfermos: ha nacido el Sanador. Exultad, cautivos: ha nacido el Redentor. Exultad, siervos: ha nacido el Señor. Exultad, hombres libres: ha nacido el Libertador. Exultad cristianos todos: ha nacido Cristo.
El que, nacido del Padre, creó todos los siglos consagró este día naciendo aquí de una madre. Ni en aquel nacimiento pudo tener madre ni en este buscó padre humano. En pocas palabras: Cristo nació de padre y de madre y, al mismo tiempo, sin padre y sin madre. En cuanto Dios, de Padre; en cuanto hombre, de madre; en cuanto Dios, sin madre; y en cuanto hombre, sin padre. Pues, ¿quién narrará su nacimiento? (Is 53,8). Tanto aquél fuera del tiempo, como este sin semen; aquél sin comienzo, éste sin otro igual; aquel que no tiene fin, este que tiene el comienzo donde el fin. Con razón, pues, anunciaron los profetas que había de nacer, y los cielos y los ángeles, en cambio, que había nacido. El que contiene el mundo yacía en un pesebre; no hablaba, a pesar de ser la Palabra. Al que no contienen los cielos, lo llevaba el seno de una sola mujer: ella gobernaba a nuestro rey; ella llevaba a aquel en quien existimos; ella amamantaba a nuestro pan. ¡Oh debilidad manifiesta y humildad maravillosa, en la que de tal modo se ocultó la divinidad! Gobernaba con su poder a la madre a la que estaba sometida su infancia, y alimentaba con la verdad a aquella cuyos pechos le amamantaban. Complete en nosotros sus dones el que no desdeñó asumir también nuestros comienzos; háganos también hijos de Dios el que por nosotros quiso ser hijo del hombre.

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