viernes, 15 de mayo de 2015

La generación de la nueva creación (Rm 8,22)

 Ha llegado el reino de la vida y ha sido derrotado el poder de la muerte. Ha aparecido un nacimiento nuevo y una vida nueva, una manera distinta de ser, una transformación de nuestra misma naturaleza. Este nacimiento no es “por vía de generación humana, ni porque el hombre lo desee, sino que nacen de Dios.” (Jn 1,13)... “Este es el día que hizo el Señor...” (Sal 117,24) Día muy distinto de los del comienzo, porque en este día Dios ha hecho un cielo nuevo y una tierra nueva, como dice el profeta (Is 65,17). ¿Qué cielo? El firmamento de la fe en Cristo. ¿Qué tierra? El corazón bueno, como dice el Señor, la tierra que se empapa de la lluvia que desciende sobre ella, la tierra que hace germinar una mies abundante. (Lc 8,15) En esta creación, el sol es la pureza de vida; las estrellas son las virtudes; el aire, una conducta intachable; el mar, la riqueza profunda de la sabiduría y el conocimiento; la hierba y el follaje son la buena doctrina y las enseñanzas divinas de las que se alimenta el rebaño, es decir, el pueblo de Dios; los árboles frutales son la práctica de los mandamientos. En este día el hombre es creado realmente, aquel que ha sido hecho a imagen y semejanza de Dios. (Gn 1,27) ¿No inaugura este día del Señor un mundo totalmente nuevo para ti?...El mayor privilegio de este día de gracia es que ha destruido la muerte y ha dado a luz al Primogénito de entre los muertos....¡Qué buena y hermosa noticia! Aquel que por nosotros se hizo igual a nosotros, para hacernos hermanos suyos, lleva su propia humanidad al Padre para llevar.

 San Gregorio de Nisa (c. 335-395), monje, obispo Primer discurso sobre la resurrección; PG 46, 603, 606, 626, 627

domingo, 26 de abril de 2015

«Yo soy el buen pastor».

  Cristo, con todo derecho, puede decir: «Yo soy». Para él nada es pasado o futuro, todo le es presente, Es lo que él mismo dice en el Apocalipsis: «Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y el que viene, el Todopoderoso» (Ap 1,8). Y en el Éxodo: «Soy el que soy. Dirás a los hijos de Israel: 'El que es me ha enviado a vosotros'» (Ex 3.14). «Yo soy el buen pastor.» La palabra «pastor» viene de la palabra «pacer». Cristo nos apacienta cada día con su carne y con su sangre, en el sacramento del altar. Jesé, el padre de David, dijo a Samuel: «Mi hijo menor es un niño y está paciendo el rebaño» (1S 16,11). Nuestro David, pequeño y humilde, a pacienta también a sus ovejas como un buen pastor... También en Isaías se lee: «Como un pastor apacienta el rebaño; su mano los reúne, lleva en brazos los corderos, cuida de las madres» (Is 40,11)... En efecto, el buen pastor, cuando conduce su rebaño a los pastos o lo saca de él, reúne a todos los corderos pequeños que todavía no pueden caminar; los toma en sus brazos, los lleva sobre su seno; lleva también a las madres, las que vana parir o las que acaban de dar a luz. Eso mismo hace Jesucristo: cada día nos alimenta con las enseñanzas del Evangelio y los sacramentos de la Iglesia. Nos reúne en sus brazos, que extendió sobre la cruz «para reunir en un solo cuerpo a los hijos de Dios dispersos» (Jn 11,52). Nos acoge en el seno de su misericordia, como una madre acoge a su hijo.

San Antonio de Padua (1195-1231), franciscano, doctor de la Iglesia Sermones para el domingo y las fiestas de los santos 

sábado, 25 de abril de 2015

LA CELEBRACIÓN DE LA EUCARISTÍA



Así como Cristo, nuestro salvador, se hizo carne por la Palabra, Dios y tuvo carne y sangre a causa de nuestra salvación de la misma manera, hemos aprendido que el alimento sobre el que fue recitada la acción de gracias que contiene las palabras de Jesús, y con que se alimenta y transforma nuestra sangre y nuestra carne, es precisamente la carne, la sangre de aquel mismo Jesús que se encarnó.
Los apóstoles, en efecto, en sus tratados llamados Evangelios, nos cuentan que así les fue mandado, cuando Jesús, tomando pan y dando gracias, dijo: Haced esto en conmemoración mía. Esto es mi cuerpo; y luego, tomando del mismo modo en sus manos el cáliz, dio gracias y dijo: Esto es mi sangre, dándoselo a ellos solos. Desde entonces seguimos recordándonos siempre unos a otros estas cosas; y los que tenemos bienes acudimos en ayuda de los que no los tienen, y permanecemos unidos. Y siempre que presentamos nuestras ofrendas alabamos al Creador de todo por medio de su Hijo Jesucristo y del Espíritu Santo.
El día llamado del sol se reúnen todos en un lugar, lo mismo los que habitan en la ciudad que los que viven en el campo, y, según conviene, se leen los tratados de los apóstoles o los escritos de los profetas, según el tiempo lo permita. Luego, cuando el lector termina, el que preside se encarga de amonestar, con palabras de exhortación, a la imitación de cosas tan admirables.
Después nos levantamos todos a la vez y recitamos preces; y a continuación, como ya dijimos, una vez que concluyen las plegarias, se trae pan, vino y agua: y el que preside pronuncia fervorosamente preces y acciones de gracias, y el pueblo responde Amén; tras de lo cual se distribuyen los dones sobre los que se ha pronunciado la acción de gracias, comulgan todos, y los diáconos se encargan de llevárselo a los ausentes.

De la primera Apología de san Justino, mártir, en defensa de los cristianos
(Caps. 66-67: PG 6, 427-431)

miércoles, 22 de abril de 2015

Yo soy el pan de vida



    Cuando Cristo dice de sí mismo, refiriéndose al pan: “Este es mi cuerpo” ¿quién dudará? Y cuando afirma “esta es mi sangre” ¿quién vacilará? En su tiempo, en Caná, Jesús transformó el agua en vino –el vino, hermano de la sangre. ¿Quién se negará ahora a creer que transforma el vino en sangre? Invitado a unas bodas según la carne realizó este milagro asombroso. Con más razón ¿cómo no reconocer que concede a los amigos del Esposo la alegría de su cuerpo y de su sangre?

    Te es dado su cuerpo bajo la forma de pan y su sangre bajo la forma de vino para que, participando en el cuerpo y en la sangre de Cristo formes con él un solo cuerpo y una sola sangre. Así nos convertimos en “portadores de Cristo” , cristóforos. Su cuerpo y su sangre se diluyen en nuestros miembros. Así nos hacemos partícipes de su naturaleza divina. En otro tiempo, conversando con los judíos, Cristo les decía: “Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros.” (Jn 6,54) Si el pan y el vino son puramente naturales a tus ojos, no te quedes en esto...Si tus sentidos te extravían, deja que la fe te asegure.

    Cuando te acercas, pues, para recibir el cuerpo de Cristo, no te acerques distraído, extendiendo las palmas de las manso con los dedos separados, sino, como se va a posar el Rey sobre tu mano derecha ¡hazle un trono con tu mano izquierda y en el hueco de tu mano recibe el cuerpo de Cristo y responde: Amén!

Leer el comentario del Evangelio por 
San Cirilo de Jerusalén (313-350), obispo de Jerusalén, doctor de la Iglesia 
Catequesis bautismal, 22

lunes, 16 de marzo de 2015

Si no veis prodigios y signos, no creéis.” (Jn 4,48)

“Si no veis prodigios y signos, no creéis.” “Si no veis prodigios y signos, no creéis.” (Jn 4,48) El funcionario real parece no creer que Jesús tenga el poder de resucitar a los muertos. “¡Baja antes que no muera mi hijo!” (Jn 4,49) Parece que cree que Jesús ignora la gravedad de la enfermedad de su hijo. Por esto, Jesús le reprocha su poca fe, para mostrarle que los signos y prodigios se realizan sobre todo para curar a las almas. Así, Jesús cura al padre que está enfermo del espíritu no menos que al hijo que está enfermo en su cuerpo. Así nos enseña que hace falta unirse a él, no a causa de los milagros, sino por su enseñanza confirmada por los milagros. Jesús realiza los prodigios no para los creyentes sino para los incrédulos.... Una vez en casa, “creyo y toda su familia” (Jn 4, 53) Gente que no había visto nunca a Jesús ni oído hablar, creen en él. ¿Qué nos quiere enseñar el evangelio? Hay que creer en él sin exigir prodigios; no hay que exigir a Dios pruebas de su poder. En nuestros días, ¡cuánta gente muestra un amor mayor a Dios después que su hijo o su mujer hayan experimentado alivio en sus enfermedades! Aunque nuestros ruegos no fueran escuchados, hay que perseverar igualmente en la acción de gracias y la alabanza. ¡Quedemos unidos a Dios en la adversidad y en la prosperidad!


San Juan Crisóstomo (345?-407), presbítero en Antioquía, después obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia Homilía 35

viernes, 6 de marzo de 2015

Dar fruto en Aquel que lo ha dado en la plenitud de los tiempos


    “Mi amado es un racimo de uvas de Chipre, en la viña de En-Gaddi” ... Este racimo divino se cubre de flores antes de su Pasión y derrama su vino en la Pasión... Sobre la vid, el racimo no presenta siempre la misma forma, cambia según el tiempo: florece, aumenta de volumen, crece, y cuando está completamente maduro, se transforma en vino. La vid promete por su fruto: no está todavía madura para poder dar vino, pero espera que llegue el tiempo de su plenitud. Sin embargo, no es del todo incapaz de alegrarnos. En efecto, antes del gusto, nos goza con su aroma esperando los bienes que dará, y seduce el sentido del alma con los perfumes de la esperanza. Porque la firme certeza de la gracia esperada es ya gozo para los que esperan con constancia. Es asimismo para la uva de Chipre, pues promete dar buen vino ya antes de serlo: a través de su flor –su flor es la esperanza- nos asegura la gracia futura...

    Aquel cuya voluntad coincide con la del Señor, porque “la medita día y noche”, llega a ser “un árbol plantado junto a la corriente que da fruto en su sazón y su hoja no se marchita” (Sl 1, 1-3). Por eso la viña del Esposo que ha dado su fruto en la tierra fértil de Gaddi, es decir, en el fondo del alma, que es regada y enriquecida por las enseñanzas divinas, produce este racimo florido y desarrollado en el cual puede contemplar a su propio jardinero y a su viñador. ¡Dichosa esa tierra cultivada cuya flor reproduce la belleza del Esposo! Puesto que éste es la luz verdadera, el verdadero camino y la verdadera justicia... y muchas otras virtudes, si alguien, por sus obras, llega a ser semejante al Esposo cuando mira al racimo de su propia conciencia y ve en ella al mismo Esposo, porque refleja la luz de la verdad en una vida luminosa y sin mancha. Por eso esta viña fecunda dice: “Mi racimo florece y brota” (cf Ct 7,13). El mismo Esposo en persona es este verdadero racimo que se presenta atado al madero, del que la sangre sale como verdadera bebida de salvación para los que se gozan en su salvación.


San Gregorio de Nisa (c.335-395), monje, obispo 
Homilía nº 3 sobre el Cantar de los Cantares

domingo, 1 de marzo de 2015

La transfiguración del Señor

“Jesús les prohibió severamente de contar nada de lo que habían visto hasta que hubiera resucitado de entre los muertos.” (cf Mt 17,9)Jesús quería infundir en sus apóstoles una gran fortaleza de ánimo y de una constancia que les permitirían coger su cruz sin temor, a pesar de su aspereza. También quería que no se avergonzaran de sus suplicios, que no consideraran como una vergüenza la paciencia con la que aceptaría su pasión tan cruel, sin perder nada de la gloria de su poder. Jesús “tomó a Pedro, Santiago y Juan y los llevó a una montaña alta y se transfiguró delante de ellos.” (cf Mt 17,2ss) Aunque habían comprendido que la majestad divina estaba en él, ignoraban todavía el poder que quedaba velada por el cuerpo... El Señor manifiesta su gloria delante de testigos que había escogido, y sobre su cuerpo, parecido al nuestro, se extiende un resplandor tal “que su rostro parecía brillante como el sol y sus vestidos blancos como la luz.” (cf Mt 17,4ss) Sin duda, esta transfiguración tenía por meta quitar del corazón de sus discípulos el escándalo de la cruz, no hacer tambalear su fe por la humildad de la pasión voluntariamente aceptada... Pero esta revelación también infundía en su Iglesia la esperanza que tendría que sostener a lo largo del tiempo. Todos lo miembros de la Iglesia, su Cuerpo, comprenderían así la transformación que un día se realizaría en ellos, ya que los miembros van a participar de la gloria de su Cabeza. El mismo Señor había dicho, hablando de la majestad de su venida: “Entonces, los justos brillarán como el sol en el reino de mi Padre.” (Mt 13,43) Y el apóstol Pablo afirma: “Los sufrimientos del mundo presente no pesan lo que la gloria que se revelará en nosotros.” (cf Rm 8,18)... También exclamó: “Habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en dios; cuando aparezca Cristo, vuestra vida, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con él.” (Col 3,3-4)


 Comentario del Evangelio por : San León Magno (¿-c.461), papa y doctor de la Iglesia Homilía 51/38, sobre la Transfiguración “

miércoles, 28 de enero de 2015

La parábola el sembrador.

“La cosecha fue del treinta o del sesenta o del ciento por uno”Hermanos, hay dos clases de campos: uno es el campo de Dios, el otro el del hombre. Tú tienes tu propio dominio; también Dios tiene el suyo. Tu dominio es la tierra; el dominio de Dios es tu alma. ¿Es justo que cultives tu dominio y dejes sin cultivar el de Dios? Si tú cultivas tu tierra y no cultivas tu alma, ¿es porqué quieres poner en orden tu propiedad y dejar sin cultivar la de Dios? ¿Esto es justo? ¿Acaso merece Dios que seamos negligentes con nuestra alma a la que Dios tanto ama? Te alegras viendo tu dominio bien cultivado, ¿por qué no lloras viendo tu alma sin cultivar? Nuestros campos nos darán para vivir en este mundo un cierto número de días; el cuidado de nuestra alma nos hará vivir sin fin en el cielo… Dios se ha dignado confiarnos su dominio, que es nuestra alma; con su ayuda pongámonos a trabajar con todas nuestras fuerzas, para que en el momento en que él vendrá a visitar su dominio lo encuentre bien cultivado y en perfecto orden. Que encuentre en él una cosecha y no zarzas; vino y no vinagre; más trigo que cizaña. Si en él encuentra todo lo que le complace, nos dará a cambio las recompensas eternas, y las zarzas serán consumidas por el fuego.

 San Cesáreo de Arlés (470-543), monje y obispo Sermones al pueblo, nº 6; CCL 103, 32 

sábado, 24 de enero de 2015

Su cuerpo y su Sangre

 Jesús se da totalmente, hasta dar su cuerpo y su sangre Los inmensos beneficios con los que el Señor ha agraciado al pueblo cristiano, hacen que éste quede elevado a una dignidad inestimable. En efecto, no hay ni habrá nunca una nación en la que los dioses estén tan cerca de nosotros como lo está nuestro Dios (cf Dt 4,7). El Hijo único de Dios, con el propósito de hacernos participar de su divinidad, asumió nuestra naturaleza y se hizo hombre para divinizar a los hombres. Todo lo que ha tomado de nosotros, lo ha puesto al servicio de nuestra salvación. Porque es para nuestra reconciliación que ofreció su cuerpo a Dios Padre sobre el altar de la cruz; derramó su sangre como precio de rescate de nuestra condición de esclavos y para purificarnos de nuestros pecados por el baño de la regeneración. Para que permanezca en nosotros el recuerdo continuado de un tan gran beneficio, dejó a los creyentes su cuerpo como alimento y su sangre como bebida bajo las especies del pan y del vino. ¡Oh admirable y hermoso banquete que trae la salvación y contiene la dulzura en plenitud! ¿Se puede encontrar algo de más precio que esta comida en la que ya no es la carne de terneros y machos cabríos sino Cristo, verdadero Dios, el que se nos ofrece?

Comentario del Evangelio por : Santo Tomás de Aquino (1225-1274), dominico, teólogo, doctor de la Iglesia Lecciones para la fiesta del Corpus Christi

domingo, 18 de enero de 2015

Primeros discípulos de Xto.

Tomando consigo a Pedro, Andrés condujo a su hermano al Señor para que se haga discípulo suyo como él. Es la primera evangelización de Andrés. Hace aumentar el número de los discípulos, introduce a Pedro en el círculo de ellos y Cristo lo hará jefe de los discípulos. Tanto es así que, más tarde, Pedro debe a Andrés su conducta irreprochable que puso para ello la semilla en el corazón de Pedro. La alabanza dirigida a uno redunda en alabanza del otro, porque los bienes de uno pertenecen también al otro y el uno se enaltece con las alabanzas del otro. ¡Qué alegría procuró Pedro a los demás cuando respondió con prontitud a la pregunta del Señor, rompiendo el silencio turbado de los discípulos! (...) Pedro pronunció estas palabras: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo!” (Mt 16,16) Hablaba en nombre de todos. En una frase proclamaba al Salvador y su designio de salvación. Esta proclamación está en unísono con la de Andrés. Las palabras que Andrés dijo a Pedro cuando lo condujo al Señor: --Hemos encontrado al Mesías,— fueron confirmadas por el Padre celestial que los inspiró a Pedro (Mt 16,17): “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo!”.



Leer el comentario del Evangelio por : Basilio de Seleucia (¿- c. 468), obispo Sermón en honor de San Andrés, 4; PG 28, 1105 “Hemos encontrado al Mesías.

sábado, 17 de enero de 2015

No necesitan médico los sanos, sino los enfermos..

Dice el apóstol Pablo:"Despojaos del hombre viejo con sus obras, y revestíos del hombre nuevo" (Col 3, 9-10)... Ésta ha sido la obra que Cristo llevó a cabo llamando a Leví; le ha devuelto su verdadero rostro y ha hecho de él un hombre nuevo. Es también por este título de hombre nuevo que el antiguo publicano ofrece a Cristo un banquete, porque Cristo se complace en él y merece tener su parte de felicidad estando con Cristo... Desde aquel momento le siguió feliz, alegre, desbordante de gozo. "Ya no me comporto como un publicano, decía; ya no soy el viejo Leví; me he despojado de Leví revistiéndome de Cristo. Huyó de mi vida primera; sólo quiero seguirte a ti, Señor Jesús, que curas mis heridas. ¿Quién me separará del amor de Dios que hay en ti? ¿la tribulación? ¿la angustia? ¿el hambre? (Rm 8,35). Estoy unido a ti por la fe como si fuera con clavos, me has sujetado con las buenas trabas del amor. Todos tus mandatos serán como un cauterio que llevaré aplicado sobre mi herida; el remedio muerde, pero quita la infección de la úlcera. Corta, Señor, con tu espada poderosa la podredumbre de mis pecados; ven pronto a cortar las pasiones escondidas, secretas, variadas. Purifica cualquier infección con el baño nuevo." "Escuchadme, hombres pegados a la tierra, los que tenéis el pensamiento embotado por vuestros pecados. También yo, Leví, estaba herido por pasiones semejantes. Pero he encontrado a un médico que habita en el cielo y que derrama sus remedios sobre la tierra. Sólo él puede curar mis heridas porque él no tiene esas heridas; sólo él puede quitar al corazón su dolor y al alma su languidez, porque conoce todo lo que está escondido."


Comentario del Evangelio por : San Ambrosio (c. 340-397), obispo de Milán y doctor de la Iglesia Comentario a Lucas, 5, 23.27 "No necesitan médico los sanos, sino los enfermos"

sábado, 10 de enero de 2015

“El Espíritu del Señor está sobre mí “Hoy se cumple esta Escritura ..

  “El Espíritu del Señor está sobre m픓Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír: ‘El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido’” (Is 61,1). Es como si Cristo dijera: Porque el Señor me ha ungido, he dicho sí, verdaderamente digo y lo sigo diciendo todavía: El Espíritu del Señor está sobre mí. ¿Dónde, en qué momento, pues, el Señor me ha ungido? Me ungió cuando fui concebido, o mejor dicho, me ungió a fin de que fuera concebido en el seno de mi madre. Porque no es de la simiente de un hombre que una mujer me concibió, sino que una virgen me concibió por la unción del Espíritu Santo. Es entonces que el Señor me selló con la unción real; me consagró rey por la unción y, en el mismo momento, me consagró sacerdote. Una segunda vez, en el Jordán, el Señor me consagró por este mismo Espíritu…Y ¿por qué el Espíritu del Señor está sobre mí?... “Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, curar los corazones desgarrados” (Is 61,1). No me ha enviado para los orgullosos y los “sanos”, sino como “un médico para los enfermos” y los corazones destrozados. No me ha enviado “para los justos” sino “para los pecadores” (Mc 2,17). Ha hecho de mí “un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos (Is 53,3), un hombre manso y humilde de corazón” (Mt 11,29). “Me ha enviado a proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros, la libertad”… ¿A qué prisioneros, o mejor, a qué prisión he de anunciar la libertad? Después que “por un hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte” (Rm 5,12) todos los hombres son prisioneros del pecado, todos los hombres son cautivos de la muerte… “He sido enviado a consolar a todos los afligidos de Sión, todos los que sufren por haber sido, a causa de sus pecados, destetados y separados de su madre, la Sión de arriba (Ga 4,26)… Sí, yo los consolaré dándoles “una diadema de gloria en lugar de las cenizas” de la penitencia, “aceite de júbilo” es decir, la consolación del Espíritu Santo “en lugar del dolor” de verse huérfanos y exiliados, y “un vestido de fiesta”, es decir, “en lugar de la desesperación”, la gloria de la resurrección (Is 61,3).

Ruperto de Deutz (c.1075-1130), monje benedictino De la Santa Trinidad, 42

sábado, 3 de enero de 2015

«EL DOBLE PRECEPTO DE LA CARIDAD»


De los tratados de san Agustín, obispo, sobre el evangelio de san Juan (Tratado 17, 7-9: CCL 36,174-175)
Vino el Señor mismo, como doctor en caridad, rebosante de ella compendiando, como de él se predijo, la palabra sobre la tierra, y puso de manifiesto que tanto la ley como los profetas radican en los dos preceptos de la caridad. Recordad conmigo, hermanos, aquellos dos preceptos. Pues, en efecto; tienen que seros en extremo familiares no sólo veniros a la memoria cuando ahora os los recordamos, sino que deben permanecer siempre grabados en vuestros corazones. Nunca olvidéis que hay que amar a Dios y al prójimo: a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser; y al prójimo como a sí mismo.
He aquí lo que hay que penar y meditar, lo que hay que mantener vivo en el pensamiento y en la acción, lo que llevar hasta el fin. El amor de Dios es el primero en la jerarquía del precepto, pero el amor al prójimo es el primero en el rango de la acción. Pues el que te impuso este amor en dos preceptos no había de proponerte primero al prójimo y luego a Dios, sino al revés; a Dios primero y al prójimo después.
Pero tú, que todavía no ves a Dios, amando al prójimo haces méritos para verlo; con el amor al prójimo aclaras tu pupila para mirar a Dios, como sin lugar a dudas dice Juan: Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve.
Que no es más que una manera de decirte: Ama a Dios. Y si me dices: «Señálame a quién he de amar», ¿qué otra cosa he de responderte sino lo que dice el mismo Juan: A Dios nadie lo ha visto jamás? Y para que no se te ocurra creerte totalmente ajeno a la visión de Dios: Dios —dice— es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios. Ama por tanto al prójimo, y trata de averiguar dentro de ti el origen de ese amor; en él verás, tal y como ahora te es posible, al mismo Dios. Comienza, pues, por amar al prójimo. Parte tu pan con el hambriento, y hospeda a los pobres sin techo; viste al que ves desnudo, y no te cierres a tu propia carne.
¿Qué será lo que consigas si haces esto? «Entonces romperá tu luz como la aurora». [...] Al amar a tu prójimo y cuidarte de él, vas haciendo tu camino. ¿Y hacia dónde caminas sino hacia el Señor Dios el mismo a quien tenemos que amar con todo el corazón con toda el alma, con todo el ser? Es verdad que no hemos llegado todavía hasta nuestro Señor, pero sí que tenemos con nosotros al prójimo. Ayuda, por tanto, a aquel con quien caminas, para que llegues hasta aquel con quien deseas quedarte para siempre.

viernes, 2 de enero de 2015

“No soy el Mesías”

Homilía atribuida a San Hipólito de Roma (¿ –c.235), presbítero, mártir

Homilía del siglo IV para la Epifanía, la santa Teofanía; PG 10, 852-861
Juan, el precursor del Maestro... llamaba a los que venían a bautizarse: “Raza de víboras (Mt 3,6) ¿quién os ha enseñado a escapar del juicio inminente? “ (Mt 3,6) Yo no soy el Mesías. Soy un servidor y no el Maestro. Soy un súbdito, no soy el rey. Soy una oveja y no el pastor. Soy un hombre y no soy Dios. Al venir al mundo he curado la esterilidad de mi madre, pero no ha permanecido virgen. He surgido de la tierra no del cielo. He hecho enmudecer a mi padre, no he derramado la gracia divina. Mi madre me ha reconocido, no ha sido una estrella que me ha mostrado. Soy miserable y pequeño, pero después de mí viene el que es antes que yo (Jn 1,30).
Viene después, en el tiempo; antes, estaba en la luz inaccesible e inefable de la divinidad. “El que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de quitarle las sandalias. El os bautizará con Espíritu Santo y con fuego.” (Mt 3,11) Yo me someto a él, él es libre. Yo estoy sujeto al pecado, él destruye el pecado. Yo inculco la ley, él nos trae la luz de la gracia. Yo predico siendo esclavo, él promulga la ley como maestro. Yo vengo de la tierra, él viene de arriba. Yo predico un bautizo de conversión, él concede la gracia de la adopción filial: “Él os bautizará con Espíritu Santo y con fuego. ¿Por qué me reverenciáis? Yo no soy el Mesías.”

jueves, 1 de enero de 2015

La Virgen María, Madre de Jesús

En la Iglesia naciente, a María se la recuerda con el título de Madre de Jesús.Es el mismo Lucas quien, en los Hechos de los Apóstoles, le atribuye este título, que, por lo demás, corresponde a cuanto se dice en los evangelios: «¿No es éste (...) el hijo de María?», se preguntan los habitantes de Nazaret, según el relato del evangelista san Marcos (6,3). «¿No se llama su madre María?», es la pregunta que refiere san Mateo (13,55).
2. A los ojos de los discípulos, congregados después de la Ascensión, el título de Madre de Jesús adquiere todo su significado. María es para ellos una persona única en su género: recibió la gracia singular de engendrar al Salvador de la humanidad, vivió mucho tiempo junto a él, y en el Calvario el Crucificado le pidió que ejerciera una nueva maternidad con respecto a su discípulo predilecto y, por medio de él, con relación a toda la Iglesia.
Para quienes creen en Jesús y lo siguen, Madre de Jesús es un título de honor y veneración, y lo seguirá siendo siempre en la vida y en la fe de la Iglesia. De modo particular, con este título los cristianos quieren afirmar que nadie puede referirse al origen de Jesús, sin reconocer el papel de la mujer que lo engendró en el Espíritu según la naturaleza humana. Su función materna afecta también al nacimiento y al desarrollo de la Iglesia. Los fieles, recordando el lugar que ocupa María en la vida de Jesús, descubren todos los días su presencia eficaz también en su propio itinerario espiritual.
3. Ya desde el comienzo, la Iglesia reconoció la maternidad virginal de María. Como permiten intuir los evangelios de la infancia, ya las primeras comunidades cristianas recogieron los recuerdos de María sobre las circunstancias misteriosas de la concepción y del nacimiento del Salvador. En particular, el relato de la Anunciación responde al deseo de los discípulos de conocer de modo más profundo los acontecimientos relacionados con los comienzos de la vida terrena de Cristo resucitado. En última instancia, María está en el origen de la revelación sobre el misterio de la concepción virginal por obra del Espíritu Santo.
Los primeros cristianos captaron inmediatamente la importancia significativa de esta verdad, que muestra el origen divino de Jesús, y la incluyeron entre las afirmaciones básicas de su fe. En realidad, Jesús, hijo de José según la ley, por una intervención extraordinaria del Espíritu Santo, en su humanidad es hijo únicamente de María, habiendo nacido sin intervención de hombre alguno.
Así, la virginidad de María adquiere un valor singular, pues arroja nueva luz sobre el nacimiento y el misterio de la filiación de Jesús, ya que la generación virginal es el signo de que Jesús tiene como padre a Dios mismo.
La maternidad virginal, reconocida y proclamada por la fe de los Padres, nunca jamás podrá separarse de la identidad de Jesús, verdadero hombre y verdadero Dios, dado que nació de María, la Virgen, como profesamos en el símbolo niceno-constantinopolitano. María es la única virgen que es también madre. La extraordinaria presencia simultánea de estos dos dones en la persona de la joven de Nazaret impulsó a los cristianos a llamar a María sencillamente la Virgen, incluso cuando celebran su maternidad.
Así, la virginidad de María inaugura en la comunidad cristiana la difusión de la vida virginal, abrazada por los que el Señor ha llamado a ella. Esta vocación especial, que alcanza su cima en el ejemplo de Cristo, constituye para la Iglesia de todos los tiempos, que encuentra en María su inspiración y su modelo, una riqueza espiritual inconmensurable.
4. La afirmación: «Jesús nació de María, la Virgen», implica ya que en este acontecimiento se halla presente un misterio trascendente, que sólo puede hallar su expresión más completa en la verdad de la filiación divina de Jesús. A esta formulación central de la fe cristiana está estrechamente unida la verdad de la maternidad divina de María. En efecto, ella es Madre del Verbo encarnado, que es «Dios de Dios (...), Dios verdadero de Dios verdadero».
El título de Madre de Dios, ya testimoniado por Mateo en la fórmula equivalente de Madre del Emmanuel, Dios con nosotros (cf. Mt 1,23), se atribuyó explícitamente a María sólo después de una reflexión que duró alrededor de dos siglos. Son los cristianos del siglo III quienes, en Egipto, comienzan a invocar a María como Theotókos, Madre de Dios.
Con este título, que encuentra amplio eco en la devoción del pueblo cristiano, María aparece en la verdadera dimensión de su maternidad: es madre del Hijo de Dios, a quien engendró virginalmente según la naturaleza humana y educó con su amor materno, contribuyendo al crecimiento humano de la persona divina, que vino para transformar el destino de la humanidad.
5. De modo muy significativo, la más antigua plegaria a María (Sub tuum praesidium..., «Bajo tu amparo...») contiene la invocación: Theotókos, Madre de Dios. Este título no es fruto de una reflexión de los teólogos, sino de una intuición de fe del pueblo cristiano. Los que reconocen a Jesús como Dios se dirigen a María como Madre de Dios y esperan obtener su poderosa ayuda en las pruebas de la vida.
El concilio de Efeso, en el año 431, define el dogma de la maternidad divina, atribuyendo oficialmente a María el título de Theotókos, con referencia a la única persona de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre.
Las tres expresiones con las que la Iglesia ha ilustrado a lo largo de los siglos su fe en la maternidad de María: Madre de Jesús, Madre virginal y Madre de Dios, manifiestan, por tanto, que la maternidad de María pertenece íntimamente al misterio de la Encarnación. Son afirmaciones doctrinales, relacionadas también con la piedad popular, que contribuyen a definir la identidad misma de Cristo.

Catequesis.Juan Pablo II . 13-IX-95


«LA PALABRA TOMÓ DE MARÍA NUESTRA CONDICIÓN»

 De las cartas de san Atanasio, obispo (Carta a Epicteto, 5-9: PG 26,1058.1062-1066)
La Palabra tendió una mano a los hijos de Abrahán, como afirma el Apóstol, y por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos y asumir un cuerpo semejante al nuestro. [...] El ángel Gabriel había anunciado esta concepción con palabras muy precisas, cuando dijo a María no simplemente «lo que nacerá en ti» —para que no se creyese que se trataba de un cuerpo introducido desde el exterior—, sino de ti, para que creyéramos que aquel que era engendrado en María procedía realmente de ella.
Las cosas sucedieron de esta forma para que la Palabra, tomando nuestra condición y ofreciéndola en sacrifico, la asumiese completamente, y revistiéndonos después a nosotros de su condición, diese ocasión al Apóstol para afirmar lo siguiente: Esto corruptible tiene que vestirse de incorrupción, y esto mortal tiene que vestirse de inmortalidad. [...]
En san Pablo encontramos escrito: Cristo se hizo por nosotros un maldito. Pues al cuerpo humano, por la unión y comunión con la Palabra, se le ha concedido un inmenso beneficio: de mortal se ha hecho inmortal, de animal se ha hecho espiritual, y de terreno ha penetrado las puertas del cielo.
Por otra parte, la Trinidad, también después de la encarnación de la Palabra en María, siempre sigue siendo la Trinidad, no admitiendo ni aumentos ni disminuciones siempre es perfecta, y en la Trinidad se reconoce una única Deidad, y así la Iglesia confiesa a un único Dios, Padre de la Palabra.