“La cosecha fue del treinta o del sesenta o del ciento por uno”Hermanos, hay dos clases de campos: uno es el campo de Dios, el otro el del hombre. Tú tienes tu propio dominio; también Dios tiene el suyo. Tu dominio es la tierra; el dominio de Dios es tu alma. ¿Es justo que cultives tu dominio y dejes sin cultivar el de Dios? Si tú cultivas tu tierra y no cultivas tu alma, ¿es porqué quieres poner en orden tu propiedad y dejar sin cultivar la de Dios? ¿Esto es justo? ¿Acaso merece Dios que seamos negligentes con nuestra alma a la que Dios tanto ama? Te alegras viendo tu dominio bien cultivado, ¿por qué no lloras viendo tu alma sin cultivar? Nuestros campos nos darán para vivir en este mundo un cierto número de días; el cuidado de nuestra alma nos hará vivir sin fin en el cielo… Dios se ha dignado confiarnos su dominio, que es nuestra alma; con su ayuda pongámonos a trabajar con todas nuestras fuerzas, para que en el momento en que él vendrá a visitar su dominio lo encuentre bien cultivado y en perfecto orden. Que encuentre en él una cosecha y no zarzas; vino y no vinagre; más trigo que cizaña. Si en él encuentra todo lo que le complace, nos dará a cambio las recompensas eternas, y las zarzas serán consumidas por el fuego.
San Cesáreo de Arlés (470-543), monje y obispo Sermones al pueblo, nº 6; CCL 103, 32
miércoles, 28 de enero de 2015
sábado, 24 de enero de 2015
Su cuerpo y su Sangre
Jesús se da totalmente, hasta dar su cuerpo y su sangre Los inmensos beneficios con los que el Señor ha agraciado al pueblo cristiano, hacen que éste quede elevado a una dignidad inestimable. En efecto, no hay ni habrá nunca una nación en la que los dioses estén tan cerca de nosotros como lo está nuestro Dios (cf Dt 4,7). El Hijo único de Dios, con el propósito de hacernos participar de su divinidad, asumió nuestra naturaleza y se hizo hombre para divinizar a los hombres. Todo lo que ha tomado de nosotros, lo ha puesto al servicio de nuestra salvación. Porque es para nuestra reconciliación que ofreció su cuerpo a Dios Padre sobre el altar de la cruz; derramó su sangre como precio de rescate de nuestra condición de esclavos y para purificarnos de nuestros pecados por el baño de la regeneración. Para que permanezca en nosotros el recuerdo continuado de un tan gran beneficio, dejó a los creyentes su cuerpo como alimento y su sangre como bebida bajo las especies del pan y del vino. ¡Oh admirable y hermoso banquete que trae la salvación y contiene la dulzura en plenitud! ¿Se puede encontrar algo de más precio que esta comida en la que ya no es la carne de terneros y machos cabríos sino Cristo, verdadero Dios, el que se nos ofrece?
Comentario del Evangelio por : Santo Tomás de Aquino (1225-1274), dominico, teólogo, doctor de la Iglesia Lecciones para la fiesta del Corpus Christi
Comentario del Evangelio por : Santo Tomás de Aquino (1225-1274), dominico, teólogo, doctor de la Iglesia Lecciones para la fiesta del Corpus Christi
domingo, 18 de enero de 2015
Primeros discípulos de Xto.
Tomando consigo a Pedro, Andrés condujo a su hermano al Señor para que se haga discípulo suyo como él. Es la primera evangelización de Andrés. Hace aumentar el número de los discípulos, introduce a Pedro en el círculo de ellos y Cristo lo hará jefe de los discípulos. Tanto es así que, más tarde, Pedro debe a Andrés su conducta irreprochable que puso para ello la semilla en el corazón de Pedro. La alabanza dirigida a uno redunda en alabanza del otro, porque los bienes de uno pertenecen también al otro y el uno se enaltece con las alabanzas del otro. ¡Qué alegría procuró Pedro a los demás cuando respondió con prontitud a la pregunta del Señor, rompiendo el silencio turbado de los discípulos! (...) Pedro pronunció estas palabras: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo!” (Mt 16,16) Hablaba en nombre de todos. En una frase proclamaba al Salvador y su designio de salvación. Esta proclamación está en unísono con la de Andrés. Las palabras que Andrés dijo a Pedro cuando lo condujo al Señor: --Hemos encontrado al Mesías,— fueron confirmadas por el Padre celestial que los inspiró a Pedro (Mt 16,17): “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo!”.
Leer el comentario del Evangelio por : Basilio de Seleucia (¿- c. 468), obispo Sermón en honor de San Andrés, 4; PG 28, 1105 “Hemos encontrado al Mesías.
Leer el comentario del Evangelio por : Basilio de Seleucia (¿- c. 468), obispo Sermón en honor de San Andrés, 4; PG 28, 1105 “Hemos encontrado al Mesías.
sábado, 17 de enero de 2015
No necesitan médico los sanos, sino los enfermos..
Dice el apóstol Pablo:"Despojaos del hombre viejo con sus obras, y revestíos del hombre nuevo" (Col 3, 9-10)... Ésta ha sido la obra que Cristo llevó a cabo llamando a Leví; le ha devuelto su verdadero rostro y ha hecho de él un hombre nuevo. Es también por este título de hombre nuevo que el antiguo publicano ofrece a Cristo un banquete, porque Cristo se complace en él y merece tener su parte de felicidad estando con Cristo... Desde aquel momento le siguió feliz, alegre, desbordante de gozo. "Ya no me comporto como un publicano, decía; ya no soy el viejo Leví; me he despojado de Leví revistiéndome de Cristo. Huyó de mi vida primera; sólo quiero seguirte a ti, Señor Jesús, que curas mis heridas. ¿Quién me separará del amor de Dios que hay en ti? ¿la tribulación? ¿la angustia? ¿el hambre? (Rm 8,35). Estoy unido a ti por la fe como si fuera con clavos, me has sujetado con las buenas trabas del amor. Todos tus mandatos serán como un cauterio que llevaré aplicado sobre mi herida; el remedio muerde, pero quita la infección de la úlcera. Corta, Señor, con tu espada poderosa la podredumbre de mis pecados; ven pronto a cortar las pasiones escondidas, secretas, variadas. Purifica cualquier infección con el baño nuevo." "Escuchadme, hombres pegados a la tierra, los que tenéis el pensamiento embotado por vuestros pecados. También yo, Leví, estaba herido por pasiones semejantes. Pero he encontrado a un médico que habita en el cielo y que derrama sus remedios sobre la tierra. Sólo él puede curar mis heridas porque él no tiene esas heridas; sólo él puede quitar al corazón su dolor y al alma su languidez, porque conoce todo lo que está escondido."
Comentario del Evangelio por : San Ambrosio (c. 340-397), obispo de Milán y doctor de la Iglesia Comentario a Lucas, 5, 23.27 "No necesitan médico los sanos, sino los enfermos"
Comentario del Evangelio por : San Ambrosio (c. 340-397), obispo de Milán y doctor de la Iglesia Comentario a Lucas, 5, 23.27 "No necesitan médico los sanos, sino los enfermos"
sábado, 10 de enero de 2015
“El Espíritu del Señor está sobre mí “Hoy se cumple esta Escritura ..
“El Espíritu del Señor está sobre m픓Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír: ‘El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido’” (Is 61,1). Es como si Cristo dijera: Porque el Señor me ha ungido, he dicho sí, verdaderamente digo y lo sigo diciendo todavía: El Espíritu del Señor está sobre mí. ¿Dónde, en qué momento, pues, el Señor me ha ungido? Me ungió cuando fui concebido, o mejor dicho, me ungió a fin de que fuera concebido en el seno de mi madre. Porque no es de la simiente de un hombre que una mujer me concibió, sino que una virgen me concibió por la unción del Espíritu Santo. Es entonces que el Señor me selló con la unción real; me consagró rey por la unción y, en el mismo momento, me consagró sacerdote. Una segunda vez, en el Jordán, el Señor me consagró por este mismo Espíritu…Y ¿por qué el Espíritu del Señor está sobre mí?... “Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, curar los corazones desgarrados” (Is 61,1). No me ha enviado para los orgullosos y los “sanos”, sino como “un médico para los enfermos” y los corazones destrozados. No me ha enviado “para los justos” sino “para los pecadores” (Mc 2,17). Ha hecho de mí “un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos (Is 53,3), un hombre manso y humilde de corazón” (Mt 11,29). “Me ha enviado a proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros, la libertad”… ¿A qué prisioneros, o mejor, a qué prisión he de anunciar la libertad? Después que “por un hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte” (Rm 5,12) todos los hombres son prisioneros del pecado, todos los hombres son cautivos de la muerte… “He sido enviado a consolar a todos los afligidos de Sión, todos los que sufren por haber sido, a causa de sus pecados, destetados y separados de su madre, la Sión de arriba (Ga 4,26)… Sí, yo los consolaré dándoles “una diadema de gloria en lugar de las cenizas” de la penitencia, “aceite de júbilo” es decir, la consolación del Espíritu Santo “en lugar del dolor” de verse huérfanos y exiliados, y “un vestido de fiesta”, es decir, “en lugar de la desesperación”, la gloria de la resurrección (Is 61,3).
Ruperto de Deutz (c.1075-1130), monje benedictino De la Santa Trinidad, 42
Ruperto de Deutz (c.1075-1130), monje benedictino De la Santa Trinidad, 42
sábado, 3 de enero de 2015
«EL DOBLE PRECEPTO DE LA CARIDAD»
De los tratados de san Agustín, obispo, sobre el evangelio de san Juan (Tratado 17, 7-9: CCL 36,174-175)
Vino el Señor mismo, como doctor en caridad, rebosante de ella compendiando, como de él se predijo, la palabra sobre la tierra, y puso de manifiesto que tanto la ley como los profetas radican en los dos preceptos de la caridad. Recordad conmigo, hermanos, aquellos dos preceptos. Pues, en efecto; tienen que seros en extremo familiares no sólo veniros a la memoria cuando ahora os los recordamos, sino que deben permanecer siempre grabados en vuestros corazones. Nunca olvidéis que hay que amar a Dios y al prójimo: a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser; y al prójimo como a sí mismo.
He aquí lo que hay que penar y meditar, lo que hay que mantener vivo en el pensamiento y en la acción, lo que llevar hasta el fin. El amor de Dios es el primero en la jerarquía del precepto, pero el amor al prójimo es el primero en el rango de la acción. Pues el que te impuso este amor en dos preceptos no había de proponerte primero al prójimo y luego a Dios, sino al revés; a Dios primero y al prójimo después.
Pero tú, que todavía no ves a Dios, amando al prójimo haces méritos para verlo; con el amor al prójimo aclaras tu pupila para mirar a Dios, como sin lugar a dudas dice Juan: Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve.
Pero tú, que todavía no ves a Dios, amando al prójimo haces méritos para verlo; con el amor al prójimo aclaras tu pupila para mirar a Dios, como sin lugar a dudas dice Juan: Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve.
Que no es más que una manera de decirte: Ama a Dios. Y si me dices: «Señálame a quién he de amar», ¿qué otra cosa he de responderte sino lo que dice el mismo Juan: A Dios nadie lo ha visto jamás? Y para que no se te ocurra creerte totalmente ajeno a la visión de Dios: Dios —dice— es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios. Ama por tanto al prójimo, y trata de averiguar dentro de ti el origen de ese amor; en él verás, tal y como ahora te es posible, al mismo Dios. Comienza, pues, por amar al prójimo. Parte tu pan con el hambriento, y hospeda a los pobres sin techo; viste al que ves desnudo, y no te cierres a tu propia carne.
¿Qué será lo que consigas si haces esto? «Entonces romperá tu luz como la aurora». [...] Al amar a tu prójimo y cuidarte de él, vas haciendo tu camino. ¿Y hacia dónde caminas sino hacia el Señor Dios el mismo a quien tenemos que amar con todo el corazón con toda el alma, con todo el ser? Es verdad que no hemos llegado todavía hasta nuestro Señor, pero sí que tenemos con nosotros al prójimo. Ayuda, por tanto, a aquel con quien caminas, para que llegues hasta aquel con quien deseas quedarte para siempre.
viernes, 2 de enero de 2015
“No soy el Mesías”
Homilía atribuida a San Hipólito de Roma (¿ –c.235), presbítero, mártir
Homilía del siglo IV para la Epifanía, la santa Teofanía; PG 10, 852-861
Juan, el precursor del Maestro... llamaba a los que venían a bautizarse: “Raza de víboras (Mt 3,6) ¿quién os ha enseñado a escapar del juicio inminente? “ (Mt 3,6) Yo no soy el Mesías. Soy un servidor y no el Maestro. Soy un súbdito, no soy el rey. Soy una oveja y no el pastor. Soy un hombre y no soy Dios. Al venir al mundo he curado la esterilidad de mi madre, pero no ha permanecido virgen. He surgido de la tierra no del cielo. He hecho enmudecer a mi padre, no he derramado la gracia divina. Mi madre me ha reconocido, no ha sido una estrella que me ha mostrado. Soy miserable y pequeño, pero después de mí viene el que es antes que yo (Jn 1,30).
Viene después, en el tiempo; antes, estaba en la luz inaccesible e inefable de la divinidad. “El que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de quitarle las sandalias. El os bautizará con Espíritu Santo y con fuego.” (Mt 3,11) Yo me someto a él, él es libre. Yo estoy sujeto al pecado, él destruye el pecado. Yo inculco la ley, él nos trae la luz de la gracia. Yo predico siendo esclavo, él promulga la ley como maestro. Yo vengo de la tierra, él viene de arriba. Yo predico un bautizo de conversión, él concede la gracia de la adopción filial: “Él os bautizará con Espíritu Santo y con fuego. ¿Por qué me reverenciáis? Yo no soy el Mesías.”
jueves, 1 de enero de 2015
La Virgen María, Madre de Jesús
En la Iglesia naciente, a María se la recuerda con el título de Madre de Jesús.Es el mismo Lucas quien, en los Hechos de los Apóstoles, le atribuye este título, que, por lo demás, corresponde a cuanto se dice en los evangelios: «¿No es éste (...) el hijo de María?», se preguntan los habitantes de Nazaret, según el relato del evangelista san Marcos (6,3). «¿No se llama su madre María?», es la pregunta que refiere san Mateo (13,55).
2. A los ojos de los discípulos, congregados después de la Ascensión, el título de Madre de Jesús adquiere todo su significado. María es para ellos una persona única en su género: recibió la gracia singular de engendrar al Salvador de la humanidad, vivió mucho tiempo junto a él, y en el Calvario el Crucificado le pidió que ejerciera una nueva maternidad con respecto a su discípulo predilecto y, por medio de él, con relación a toda la Iglesia.
Para quienes creen en Jesús y lo siguen, Madre de Jesús es un título de honor y veneración, y lo seguirá siendo siempre en la vida y en la fe de la Iglesia. De modo particular, con este título los cristianos quieren afirmar que nadie puede referirse al origen de Jesús, sin reconocer el papel de la mujer que lo engendró en el Espíritu según la naturaleza humana. Su función materna afecta también al nacimiento y al desarrollo de la Iglesia. Los fieles, recordando el lugar que ocupa María en la vida de Jesús, descubren todos los días su presencia eficaz también en su propio itinerario espiritual.
3. Ya desde el comienzo, la Iglesia reconoció la maternidad virginal de María. Como permiten intuir los evangelios de la infancia, ya las primeras comunidades cristianas recogieron los recuerdos de María sobre las circunstancias misteriosas de la concepción y del nacimiento del Salvador. En particular, el relato de la Anunciación responde al deseo de los discípulos de conocer de modo más profundo los acontecimientos relacionados con los comienzos de la vida terrena de Cristo resucitado. En última instancia, María está en el origen de la revelación sobre el misterio de la concepción virginal por obra del Espíritu Santo.
Los primeros cristianos captaron inmediatamente la importancia significativa de esta verdad, que muestra el origen divino de Jesús, y la incluyeron entre las afirmaciones básicas de su fe. En realidad, Jesús, hijo de José según la ley, por una intervención extraordinaria del Espíritu Santo, en su humanidad es hijo únicamente de María, habiendo nacido sin intervención de hombre alguno.
Así, la virginidad de María adquiere un valor singular, pues arroja nueva luz sobre el nacimiento y el misterio de la filiación de Jesús, ya que la generación virginal es el signo de que Jesús tiene como padre a Dios mismo.
La maternidad virginal, reconocida y proclamada por la fe de los Padres, nunca jamás podrá separarse de la identidad de Jesús, verdadero hombre y verdadero Dios, dado que nació de María, la Virgen, como profesamos en el símbolo niceno-constantinopolitano. María es la única virgen que es también madre. La extraordinaria presencia simultánea de estos dos dones en la persona de la joven de Nazaret impulsó a los cristianos a llamar a María sencillamente la Virgen, incluso cuando celebran su maternidad.
Así, la virginidad de María inaugura en la comunidad cristiana la difusión de la vida virginal, abrazada por los que el Señor ha llamado a ella. Esta vocación especial, que alcanza su cima en el ejemplo de Cristo, constituye para la Iglesia de todos los tiempos, que encuentra en María su inspiración y su modelo, una riqueza espiritual inconmensurable.
4. La afirmación: «Jesús nació de María, la Virgen», implica ya que en este acontecimiento se halla presente un misterio trascendente, que sólo puede hallar su expresión más completa en la verdad de la filiación divina de Jesús. A esta formulación central de la fe cristiana está estrechamente unida la verdad de la maternidad divina de María. En efecto, ella es Madre del Verbo encarnado, que es «Dios de Dios (...), Dios verdadero de Dios verdadero».
El título de Madre de Dios, ya testimoniado por Mateo en la fórmula equivalente de Madre del Emmanuel, Dios con nosotros (cf. Mt 1,23), se atribuyó explícitamente a María sólo después de una reflexión que duró alrededor de dos siglos. Son los cristianos del siglo III quienes, en Egipto, comienzan a invocar a María como Theotókos, Madre de Dios.
Con este título, que encuentra amplio eco en la devoción del pueblo cristiano, María aparece en la verdadera dimensión de su maternidad: es madre del Hijo de Dios, a quien engendró virginalmente según la naturaleza humana y educó con su amor materno, contribuyendo al crecimiento humano de la persona divina, que vino para transformar el destino de la humanidad.
5. De modo muy significativo, la más antigua plegaria a María (Sub tuum praesidium..., «Bajo tu amparo...») contiene la invocación: Theotókos, Madre de Dios. Este título no es fruto de una reflexión de los teólogos, sino de una intuición de fe del pueblo cristiano. Los que reconocen a Jesús como Dios se dirigen a María como Madre de Dios y esperan obtener su poderosa ayuda en las pruebas de la vida.
El concilio de Efeso, en el año 431, define el dogma de la maternidad divina, atribuyendo oficialmente a María el título de Theotókos, con referencia a la única persona de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre.
Las tres expresiones con las que la Iglesia ha ilustrado a lo largo de los siglos su fe en la maternidad de María: Madre de Jesús, Madre virginal y Madre de Dios, manifiestan, por tanto, que la maternidad de María pertenece íntimamente al misterio de la Encarnación. Son afirmaciones doctrinales, relacionadas también con la piedad popular, que contribuyen a definir la identidad misma de Cristo.
Catequesis.Juan Pablo II . 13-IX-95
«LA PALABRA TOMÓ DE MARÍA NUESTRA CONDICIÓN»
De las cartas de san Atanasio, obispo (Carta a Epicteto, 5-9: PG 26,1058.1062-1066)
La Palabra tendió una mano a los hijos de Abrahán, como afirma el Apóstol, y por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos y asumir un cuerpo semejante al nuestro. [...] El ángel Gabriel había anunciado esta concepción con palabras muy precisas, cuando dijo a María no simplemente «lo que nacerá en ti» —para que no se creyese que se trataba de un cuerpo introducido desde el exterior—, sino de ti, para que creyéramos que aquel que era engendrado en María procedía realmente de ella.
Las cosas sucedieron de esta forma para que la Palabra, tomando nuestra condición y ofreciéndola en sacrifico, la asumiese completamente, y revistiéndonos después a nosotros de su condición, diese ocasión al Apóstol para afirmar lo siguiente: Esto corruptible tiene que vestirse de incorrupción, y esto mortal tiene que vestirse de inmortalidad. [...]
En san Pablo encontramos escrito: Cristo se hizo por nosotros un maldito. Pues al cuerpo humano, por la unión y comunión con la Palabra, se le ha concedido un inmenso beneficio: de mortal se ha hecho inmortal, de animal se ha hecho espiritual, y de terreno ha penetrado las puertas del cielo.
Por otra parte, la Trinidad, también después de la encarnación de la Palabra en María, siempre sigue siendo la Trinidad, no admitiendo ni aumentos ni disminuciones siempre es perfecta, y en la Trinidad se reconoce una única Deidad, y así la Iglesia confiesa a un único Dios, Padre de la Palabra.
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